La velocidad es uno de esos elementos que dan sentido a
nuestra vida y juegan con nuestra percepción.
En física (d/t), se entiende como una acción o distancia
recorrida en función del tiempo invertido en ella. Pero la velocidad no solo es
física, sino que también puede ser emocional, por lo tanto, que dependa de
sentimiento y tiempo.
Por supuesto que a velocidades altas las sensaciones son
menores, la información que se recibe es menos palpable, pero a mayor velocidad
mayor cantidad de elementos se suceden.
Suena extraño, pero a veces la velocidad puede congelarse en
el tiempo, y no hay física que aguante esta afirmación, pero no somos solo
física o química. Todo lo que puede suceder en unas horas, en otros casos o
circunstancias, puede sucederse en años, según su complejidad.
Claro, la velocidad es diferente diréis, el tiempo ha sido
mayor, pero en definitiva el recorrido ha sido el mismo. Aunque quizás lo que
más importa no es si el tiempo ha sido mayor o menor, sino como han sido las
sensaciones finales que uno se lleva, eso es lo que también determina la
velocidad.
Quizás entonces se debería encontrar una velocidad que se adapte a los acontecimientos, sin tener en cuenta el tiempo – ese factor inmodificable del que siempre somos esclavos-.
Y cuando las sensaciones finales son parecidas no importa si
ha sido un año, un mes, una semana o una noche. Todo fue demasiado rápido… o
demasiado lento.
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