martes, 12 de enero de 2016

ADICCIÓN



Al principio me pareció una gata adiestrada. Caminaba con la mirada pícara, firme en sus ideas, se distraía con el azar y buscaba su deleite inmediato.
Pronto vi que tenía enfrente a una leona, luchadora, responsable, bella, estética, única.

Los hombres se giraban a su alrededor. Era alta y despampanante, sonriente, ojos hábiles, se hacía la ingenua a pesar de todas las batallas que había ganado. Un físico hechicero, especialmente sus caderas, a la altura de un narcótico.

Me lo tomé como me lo tomo todo. Como un juego imperfecto, inútil. En nuestra vida imperfecta las cosas inútiles son, en cierta medida, necesarias. 

Al principio, al estar con tal felina tenía el convencimiento que perdía el tiempo, que no aprendía nada. El tiempo corría deprisa y era como si flotase en el espacio, siendo más narrador que protagonista. Como si no nunca hubiera responsabilidades, ni los pies tocaran el suelo.

Esta pantera fue la amante más activa que jamás tuve. Fui infinitamente feliz con cada uno los placeres que me brindó. Consiguió agotar mi sexualidad.

Ahora la melancolía de aquellas horas efímeras es potente, sobrestimé su imponente presencia y mentalidad. Ahora lo sé. Aquella fiera me aportaba trance, impasse; me permitía desconectar y disfrutar, apretar al pause y luchar conmigo mismo hasta apoderarme de su sonrisa. El verla feliz me llenaba enormemente.

Lo pronosticable se puede negociar, hasta dónde uno quiere llegar. Pero un felino no es un canino. A una leona no se la puede domesticar, nadie la toca a menos que ella quiera. Gozar de su estado salvaje, ese debería haber sido el objetivo.  La inocencia volvió a cegarme y he vuelto a vomitar.

De repente la llama se apaga. De un segundo a otro. Ahora soy inferior, estoy enganchado. Despojado de toda dignidad. Fuera de mí. Desconfío, pero la busco. La persigo y me desarraigo aún más.

Ella ha unido mi adicción con negatividad. La fiera lo ha olido y se ha ido. Yo quería hacer antes lo mismo, pero me atrapó en sus garras. Mi cuerpo inmóvil se ha convertido en carroña de la que ya no está interesada.


Después de devolver, me alimento de Kerouac:

“el hombre, al menos una vez en la vida, debe perderse en un erial y experimentar una soledad absoluta, sana, un poco aburrida incluso. Y así descubrirá que depende completamente de sí mismo y conocerá sus capacidades potenciales”

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