Al
encontrarse y reencontrarse sufrían de comienzos inciertos, disfrutaban de
procesos espectaculares y se despedían con finales insulsos.
Él le
daba vueltas a su interior, expresaba su pensamiento en cada momento cuando por
fin sus neuronas conectaban algo con sentido. Ella sin embargo valoraba lo que
le rodeaba; empatizaba con el entorno y las acciones que lo formaban y lo
modificaban.
Se entendían
entre otras porque tuvieron una educación muy parecida: conservadora, centrada
y rígida. Ambos escapaban constantemente de ella; él alocado, ella con miedo.
Nunca supieron cómo. Querían conocerse más a ellos mismos. Explorar, disfrutar,
vivir.
Cuando
la física colapsaba, brotaba la química. Los años pasaron pero ellos seguían
mirándose dentro. Química cuando se observaban, cuando compartían su manera de
ver el mundo, cuando se contaban todo lo que habían hecho desde que quedaron
por última vez.
Con
ella, él evolucionaba a un Aries bien dotado, seguro de si mismo. Ella se
dejaba hacer, tiranizada como Géminis inmaculada que era, 100 % sentimiento.
Era dar y recibir, con cada protagonista interpretando su papel a la
perfección.
Se
gustaban físicamente. Eran bellos, bien formados, tenían curvas. Él era muy
visual, necesitaba sexo en su día a día, le gustaba arrojarse encima suyo y aún
más que ella se lo pidiera. Ella era erótica, sensible, requería de impulso,
disfrutaba siendo fuertemente empotrada por él, con arrogancia, sin tapujos.
Para
ellos química era igual a atracción. El deseo los definía. Ambos actuaban como
el otro ansiaba. Les costaba comportarse
como los seres domados y amansados que habían formado. Eran libres. Querían y
lo hacían. Explotaban. Con ropa o sin. El cualquier rincón de la casa. En la
calle. Sin protección.
No
quedaron más de 4 días seguidos. Sus cuerpos no lo pedían. Actuaban a ráfagas.
Y cuando las ráfagas echaban chispas, ellos bien podían asegurar que se paraba el
mundo, que no había nada que tuviera importancia,
Nunca
se quisieron, solo les embargaba el deseo.
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