Llegué
y quitándome la chaqueta pregunté si podía sentarme junto a ella. Suena a
proposición, imagino que ella se lo tomó así.
Una
vez aseado volví a mi lugar de batalla, delante de la barra. No tenía ilusiones
ni previsiones para esa noche, tan solo improvisar.
En ese país todo es caro. Por eso pedí cerveza, “la más barata, que aquí todo es muy caro”. Se dio cuenta inmediatamente que yo no era de allí. Se debió solidarizar conmigo. Yo la miraba curioso, apuesto. Ella trabajaba duro, se relacionaba poco los justo con los clientes.
Yo si lo hice, hablé con algún vecino de barra, pero nada increíble, el clásico
“que haces aquí, de donde vienes, a que te dedicas...”. Simplezas anónimas.
De
vez en cuando la miraba, me di cuenta que ella contestaba a las miradas y medio
sonreía. No recuerdo si pícara o curiosa, o las dos al mismo tiempo. Para
cuando se me acabó la primera cerveza ella me puso otra y me indicó con un
gesto que venía de su parte.
Le hablé en mi idioma, y me contesto con el mismo. Me dijo que le apetecía hacerlo. Tampoco estaba muy animado, pero en mi cultura lo gratis siempre es bienvenido.
El
tiempo corrió pero ella no dejaba de trabajar. Evitaba el contacto visual. Yo
me aburría. Se volvió a vaciar el vaso y un cliente torpe se equivocó. Me dijo
que iba a tirar ese medio litro de cerveza, que si lo quería. Imaginaos la
respuesta.
Pero quería algo más picante. Pedí tequila. Para los dos, pero ella no bebía. Que decepción.
Pero quería algo más picante. Pedí tequila. Para los dos, pero ella no bebía. Que decepción.
Hablamos.
Era el momento de fuego. Jugué mis cartas. Me metí un poco con ella, de lo
mucho que trabajaba o lo grandes que eran sus manos. Descubrí de dónde era.
Fueron quizás 2 minutos, ella siguió el juego: Me pareció que se divertía.
Tiré
el tequila en la jarra e intenté seguir averiguando porqué se tomaba molestias
en mí… pero ya nunca más me habló. Debí ser aburrido, banal, superficial,
común.
Me
la sudó, literalmente. Un cliente me dijo que la apretara un poco, que no había
mucha gente nueva en esa ciudad del norte, que empecé con buen pie. Pero ella
ya no daba señales, solo trabajaba, limpiaba a fondo el bar y servía.
Para
cuando le dije que me iba solo me cobró una cerveza. Me enfadé. “¿Si no quieres
hablar, a que juegas?”. Las mejores frases siempre se me ocurren cuando ya es
tarde. Debía darle pena, me veía como a un pobre. Quería que me cobrara.
Pedí
más tequila y dejé todo mi dinero sobre la barra.
La
cabeza caliente no piensa bien. Me desesperé y le di las gracias. Esperaba que
ella al menos me mirara. No sé qué esperaba, iba borracho. Salí del bar y volví
a entrar. Mee y le pedí un vaso de agua en un idioma nada cálido. Tuve mala
mano esa noche, pero tampoco quería ganar.
Me arrastré, fracasé. Y nunca supe nada más de ella.
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