Ella
me enseñó a querer. Me convirtió en una persona sensible y aún no sé cómo.
Aprendí a disfrutar a llorar. Nunca estuvo encima de mí. Eso hizo que en todo
momento sintiera atracción por ella.
A veces incluso ni me respondía. Sabía que por más que esperara que las horas
pasaran no iba a obtener un simple saludo suyo.
Ella
nunca se preocupó de que algo funcionara. Simplemente vivía, aprendía; daba los
pasos diarios necesarios hacia delante. Sé que ella sentía miedo, miedo a los imprevistos,
a sentir más de lo que tenía que sentir en cada momento, a perder su
independencia.
El recuerdo de esa inocencia e inexperiencia es único en varias etapas de la vida al enfrentarnos a situaciones desconocidas, por placenteras o dolorosas que puedan ser.
Me
enseñó a no seguir ni patrón ni jerarquía, sino a actuar en función del
momento, del instinto, del anhelo. A ilusionarme 0 veces, y a obtener 75
sorpresas, que fueron los días que compartimos.
No
es justo decir que ella me hizo daño, porque no fue así. Ella me dio
a entender que muchas veces nosotros no podemos decidir nuestro destino, que no
somos ni más ni menos de lo que nos creemos. Me enseñó que somos
insignificantes seres que se han topado, con ambición de ser felices.
Estoy
seguro que me enseñó muchas más cosas de las que recuerdo o quiero recordar. Lo
que sí sé es que me enseñó a echar de menos, pero a reencontrar con alegría
Me
enseñó que cada despedida es un respiro amargo de la vida, me enseño a ganarme
su sonrisa, sus besos; que nada es gratis. Me eseñó a tener que esforzarme para
conseguirlos y saborear con más placer los éxitos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario