viernes, 15 de julio de 2016

MODEL BARCELONA



Sovint, arquitectes, urbanistes i sociòlegs treuen pit del anomenat “model Barcelona”, una estructura de treball sostenible, productiva i, a priori, igualitària. Aquesta manera de fer afecta tant a la configuració física de la ciutat com als hàbits dels ciutadans que la composen.

Fins no fa gaire, aquest model ha funcionat a les mil meravelles, transmitent uns valors als locals que difícilment es troben a cap altre ciutat mitjana/gran del món. 

Alguns van veure que aquest model podia evolucionar en un efecte, un “efecte Barcelona”  exportable al turisme i a l’obertura de Catalunya per la via ràpida.

Però aquest model comença a trontollar quan la gestió de la ciutat comença a absorbir sense filtre ciutadans de tot el món, ja siguin turistes setmanals o expatriats -europeus i no europeus vinguts a viure la seva joventut i aprendre el castellà, el castellà-, que veuen en Barcelona condicions molt favorables per a una vida pròspera: una ciutat oberta, múltiples oportunitats laborals, agents naturals diversos i potents, oferta cultural i d’oci de qualitat, bon clima i cultura pròpia.
Amb poques paraules, una ciutat europea que amb poc pots fer molt, una ciutat pels seus ciutadans.

Les conseqüències d’aquest descontrol han sigut palpables en poc temps: gentrificació dels barris cèntrics, excés de turisme i carrers perduts, problemes veïnals o privatització d’espais públics com a eina de negoci.

El caràcter de la ciutat i la seva internacionalitat està en venda, i no només a les terrasses dels hotels o a les caixes del Corte Inglés -engreixades amb bitllets de 500 € difícils de pair-, sinó també a cadascun dels portals del casc antic, els capricis dels ciutadans per hores o la exclusivitat emocional dels bunkers, entre d’altres.

La ciutat va camí de convertir-se en un territori ambigu i impersonal, una ciutat de pas, de residencia efímera i estança d’esbarjo. De totes totes una presó anomenada CARCELONA de la que no volen marxar ni locals ni nouvinguts, una ciutat amb futurs problemes en la gestió de la densitat i el creixement.

El temps acabarà dictant si aquesta cosmopolització amagada en el “model Barcelona” no ha creat més que desigualtats en els nostres sistemes socials, econòmics i d’oci. Si els esforços es dirigien a aixecar una Londres catalana, es pot dir que s’han complert els objectius. La pregunta és: volem una ciutat així?





miércoles, 13 de julio de 2016

PORELLAS


Por aguantar mis dudas y sufrir mi pasividad, mi egoísmo escondido en el poco sentimiento que le tengo al apego.
Por sufrir mi bipolaridad continuada de noches cerradas manteniendo largas y profundas conversaciones a no recibir respuesta alguna durante semanas. Por tardes de jugueteo y amaneceres hartos de mensajes instantáneos.
Por aguantar mis embistes animales que esconden mi debilidad y ansia.
Por jugar al mismo juego que el mío, al que muchas, sin quererlo, se han visto inmersas ajenas a su convencimiento y voluntad.
Por hacerme daño y abrir en mí fisuras, que, al cicatrizar, han musculado mis órganos vitales.
Por escuchar mis problemas y formular palabras que alentaron esperanzas adormecidas.
Por las que defraudé y no supe valorar, pero aun así tienen la cordura de preocuparse por mí. También por aquellas de las que desaparecieron y el aire borró su rastro.
Por sus miradas intensas cargadas de temperatura que despertaron un deseo instantáneo, alimentando mi confianza que me hizo sentir importante, único y trascendental.
Por las que hice llorar como bizcochos debido a decisiones imprevistas, efímeras de la noche a la mañana. También por aquellas que lo sufrieron debido a decisiones irremediables del destino.
Por las creadoras de desconcierto y desesperanza, haciendo de mí un individuo acorazado, maduro y seguro de sus decisiones.
Por las que aún esperan un mensaje de despedida que nunca encontré energías de escribir.
Por regalos inesperados y desconcertantes. Especialmente por su sinceridad y arrojo.
Por las que esperaron cuando yo no quería que esperasen.
Por su firmeza y resistencia a soportar mis embestidas egoístas de mi brújula.
Por las que se han coronado reinas de mi atracción, aunque nunca quisieron compartir nada.
Por aquellas que, sintiéndose soberanas, me besaron el primer día que las conocí.
Por quién ha querido experimentar conmigo, recorriendo distancias mucho más lejanas de lo que han recorrido con cualquier otra persona hasta su fecha.
Por las admiradoras de mis ritmos y canciones, eludiendo mi nefasto talento musical.
Por el lenguaje claro que hablaron y sus actos coherentes
Por aquellas sensatas que, al darse cuenta de la inconexión entre los dos, no tuvieron la más mínima intención de jugar a juegos descatalogados.
Por las que pertenecían a realidades desiguales y, aun así, se erigieron dueñas de mi atracción.


Todas aquellas mujeres que me han acompañado hasta ahora, aquellas que me siguen sufriendo en el volátil presente y las que vendrán. Por ellas y, en especial, por mi madre. La catalizadora de todo.



lunes, 29 de febrero de 2016

DOMAR



Volvió a despertar algo dentro suyo. Sin motivo aparente. Obviamente en él no había un porqué, tan poco importante fue el quién o el cómo. Pero si el cuándo, el momento en el que llegó y el sentir la cálida textura de sus labios en el frío amanecer del domingo.

Ante la simpleza de un chico como él, ella se percibía como un ser embrollado, oculto bajo su pelo extrovertido, rojo y rizado en exceso. El entenderla era comparable a cuando uno trata de desencriptar el plano de una ciudad desconocida que ve por primera vez.
El carácter de ella, frío y salvaje, la hacía única. Era dueña del silencio y controlaba sus tiempos como nadie. Su gran virtud era no destinar ni un ápice de ternura en sus relaciones.

Él, que era adicto al juego, no quería someterse a unas reglas a las que no estaba invitado.

Sin embargo, la dificultad de ella se fue al garete cuando se dejó dominar por él. No fue por más de 30 segundos, no obstante, la verdad apoya la sensación. Antes se habían descrito cara a cara como dos personas juguetonas, sin intenciones directas ni inmediatas, dos gatos que tan solo se quieren cruzan en el jardín, lejos de las miradas de sus amos.

El acto en sí fue elegante, exquisito y austero, como sería un juego de dioses para mortales. Una despedida de libro; de libro de hojas en blanco, pues no se dijeron nada. Tan solo se miraron a los ojos y repasaron su profundidad de vértigo.
Después de aquello, había cazado lo que creía inalcanzable, ella se había convertido en un ser humano raso y banal. Desapareció el poder de ninfa que desprendía hasta entonces.


No había habido sentimiento, ni tan solo atracción. Fue un placentero adiós en los peldaños desgastados de una remota iglesia románica del casco viejo de la ciudad.


martes, 9 de febrero de 2016

ADIÓS



Con una sonrisa intermitente me despido de ti sabiendo que pronto te echaré de menos. No quiero ni puedo evitar recordar las pocas veces que he recorrido lo poco silvestre que queda en ti y las muchas oportunidades que me has ofrecido.

Tu fresca y áspera brisa acaricia mi desnuda cara y me hacen sentir abrigado, disfruto tu cálido run-run continuo. Aunque no lo sepas, me has consolado con tu forma de ser, te has comportado como la esperada lluvia en los sofocantes meses de verano.

En cierta manera has sido mi consuelo todas las veces que sin apreciarte te he recorrido de arriba abajo, pero hoy es cuando más me encoje tu sufrimiento. Sé que tú siempre me ofrecerás, a tu manera, pisarte y alterar tu naturaleza. Muchos otros te valorarán porqué nunca quisiste casarte con nadie. Por mucho que te transformes yo no estaré para conocer a tu amante definitivo.


Me despido de ti despreocupado, aunque consciente. Volveré. Te regalo mi sonrisa.

jueves, 28 de enero de 2016

MAR ADENTRO



Sintió cero por alguien o por algún instinto. El agotamiento embarga, la vacuidad de aquella chispa enérgica y nerviosa que me caracterizaba.

Hay tiempo para otros menesteres. Pero es extraño, es como si se hubiera forzado un cambio inesperado, como un domingo que no tenías que trabajar.

No importan los ojos que se apoyaban, ni las palabras que los odios escuchen, apenas ahora un espacio reducido es estimulante. La mente vaga como un perro viejo que ya todo lo ha vivido, que no tiene otra ambición que dejar que corra el tiempo en su rincón favorito de la casa.


Después de aquella tormenta presente como un recuerdo vago para tan ausente capitán, las velas del barco están agujereadas y los holgazanes marineros, sin retraso de provisión y, sin embargo, hartos ya de tanto ron, esperan que la tierra los encuentre a ellos.

lunes, 25 de enero de 2016

LEJOS



Corrió, corrió y corrió.


Corrió lejos, hasta dónde nunca había llegado antes y donde empezaba esa línea invisible que separa la ciudad de las montañas que veía cada mañana desde la cocina sin ambición, a pesar de ello, la necesidad lo obligó a correr, la necesidad a la nada, para sentirlo todo, para sonreír sin motivo y mezclarse con canciones que nunca antes le habían producido un cambio de temperatura en su interior, fue seguramente por ello que cuerpo empezó a hablarle, y paró a mear, como si hubiera estado esperando ese momento durante años, y giró, se miró los pies desnudos y se dirigió hacia su hogar, dónde le esperaba la infelicidad.



jueves, 21 de enero de 2016

DESPREVENIDO ANTE SORPRENDENTES ASOMBROS



Me dirijo calle abajo. Paso cerca de una inmobiliaria con un rótulo color verde y letras blancas, en ruso. Este es un pueblo donde todo es llamativo, una constante de luces y tonalidades vivas.

No he viajado nunca a Las Vegas, pero esta debe ser una versión aguada. Edificios bajitos, antiguos e irregulares. La humedad se transforma en un protagonista principal. Las instalaciones aéreas cuelgan destensadas, como hecho a propósito.

El campo de visión humana ha descendido, por selección natural, un 8 por ciento aproximadamente de la horizontal línea natural de los ojos. A mi alrededor solo observo caos, huele a vicio e ignorancia humana, y de la barata. Me apresuro para dejar atrás el arsenal de máquinas tragaperras y máquinas expendedoras. 

Cual animal de zoológico aburrido ante tan desmotivador paisaje, figuras humanas me siguen con la mirada perdida, apoyadas en las fachadas como si su peso fuera necesario para la estabilidad del conjunto, haciendo el mínimo esfuerzo en pensar.

Percibo más desolación. Anuncios rojos y negros, amarillos brillantes, escaleras con puntos de luces en el extremo de la huella, pero que no consigo ver hasta dónde suben. En otros establecimientos hay escaleras que bajan a unas discotecas en desuso, con los cristales teñidos de polvo y manchas visibles a contraluz.

La avenida se ensancha dando lugar a una amplia plaza, en ella descubro unas gradas, pequeñas en relación a esta. Como telón de fondo se alza una figura majestuosa, un edificio muy moderno. La biblioteca, lugar rígido que atesora sabiduría, se ha desmembrado; la han dividido en tres cuerpos al menos. Los volúmenes desescalados se alzan en la soledad de la noche, sin relación humana, mirando cada uno mirando a una dirección diferente, y con un gran pilar en el centro, cual tótem de una tribu ya extinta.  En el tiempo que la recorro aprecio que, a sus pies, la plaza se halla vacía. Otro fracaso.

Pero mis esperanzas, por suerte, no se hallan en nada construido por el hombre, sino en lo poco natural que aún no se ha explotado, o se ha explotado menos.

A medida que me acerco la descubro: ancha, oscura, tranquila. Huele a sal y me siento reconfortado, mis sentidos se activan, adopto un estado de letargo, no siento ni viento, ni calor, ni frío. Mi interior me pide a gritos que me conecte con el entorno, apago la música y el mundo se vuelve silencioso, pautado por el repique de las olas negras en la orilla, como el rítmico ronquido de un sueño profundo.
Aunque hago esfuerzos por verlo, el horizonte se esconde ante mí. La noche es cerrada y profunda y la delicada luna proyecta apenas una tenue luz.
Acelero en paralelo a esa línea que no veo, pero sé que está ahí. También me acompaña la carretera, siempre tan innecesariamente presente en los pueblos costeros.

A esta hora no hay mucha gente en las calles, intuyo un par de runners a lo lejos, uno que se acerca y otro que se pierde donde el paseo desciende. Más cerca hay dos abuelos discutiendo sobre minucias, con mucho tiempo que perder.
Observo con atención el frente marítimo y como se abren alargadas plazas, sin llegar a convertirse en un paseo que levanta envidias. Entra en escena un espacio libre destinado al aparcamiento de coches, que dificultan y ensucian mi experiencia. Veo también edificios importantes, con fachadas de piedra como las que se muestran en las películas de época. Las otras construcciones son muy distintas, las hay de altas, con toldos de infinitos aspectos diferentes, los hay con bellas celosías de ladrillo, con balcones o sin, los hay de más nuevos y los hay incluso de abandonados, con colores ocres superpuestos ocupando un lugar privilegiado del pueblo, un pecado inmobiliario.

Mis piernas no están cansadas, pero siento a mi mente saciada ante tan artística línea que dibuja la arena al encuentro con el espeso mar.

Decido deslizarme por una de las estrechas calles que desembocan ante mí, requiero de espacios controlados y domésticos. El blanco se apiada de mis ojos, si hubiera sido de día me habría visto obligado a entornarlos. Dentro de la densidad del pueblo, la altura de las fachadas me envuelve. Me cuelo suavemente, pero con decisión, por el tamiz de la trama urbana, he perdido el norte hace rato. ¡Que bellas son sus calles! Sin apenas alineaciones, sin dos calles parecidas, con imprevistos, aberturas y dilataciones que me permiten llenar mis pulmones de nuevo y escabullirme con premeditación por nuevas vías onduladas en las que no veo fin. Apreto el paso, curioso por mi recompensa, hasta encontrar un rincón maravilloso sin salida.


A mi vuelta, regreso lamentablemente a la avenida artificial plagada de carteles insulsos de fiestas de fin de año pegados en lugares previsibles.
Hasta ahora no he visto más que un puñado de personas. Cerca del fin de mi recorrido me tropiezo con una pandilla de skaters sufriendo el frío de enero, medio adormecidos y sentados en su improvisado mobiliario. Me embarga de nuevo la lástima. La lástima por esos inofensivos chicos, arrinconados como el polvo detrás de las televisiones sobre los muebles, y obligados a reunirse lejos del paraje más bello del pueblo: la playa.